Mateo Carreras aplazó el gabinete de crisis del rugby argentino con una actuación memorable, tres ensayos para acabar con la resistencia de Japón, el matagigantes del rugby internacional en la última década que no estuvo lejos de sumar otra pieza a una colección ilustre que incluye a Sudáfrica, Irlanda o Escocia. El gran envite de la fase de grupos, un duelo a tumba abierta por un billete entre los ocho mejores, terminó en Nantes con cánticos de alivio de los aficionados albicelestes, que estrenarán los cuartos de final el próximo sábado ante Gales.
El partido pareció un trámite cuando Chocobares aprovechó un grosero fallo de los japoneses en el placaje para colarse sin oposición rumbo al primer ensayo. Apenas habían pasado 65 segundos y las dudas sobre los asiáticos, una versión devaluada de la selección que dio la talla en su Mundial en 2019, parecían legitimadas. Una generación sin aparente relevo, una oportunidad perdida para integrar en el ecosistema mundial a un equipo que venía de ganar nueve de sus últimos 12 envites mundialistas. Pero no fue así.
La falta de envergadura obliga a los japoneses a jugar sin red, una asunción de riesgos permanente, también en campo propio, en busca de exprimir la posesión, su mejor defensa ante físicos superiores. Pasada la caraja inicial, se plantaron en campo argentino y no consiguieron el ensayo porque a Naoto Saito, el medio-melé, se le escurrió el oval. La primera marca nipona surgió porque su capitán, Michael Leitch, el neozelandés más japonés que los samuráis, arriesgó reteniendo el balón en su propio campo. Picaron dos argentinos; así se generó la superioridad para que Amato Fakatava, un gigantón de más de dos metros, intentara una patada a seguir impropia de su talla. El bote salió a pedir de boca y Japón empataba.
Fue el primer intercambio del gran duelo ofensivo de lo que va de Mundial. Con los Pumas sonados, Japón se adueñó del territorio y del alma, pero no pudo llevar el dominio al marcador y cedió la inercia tras la amarilla por un placaje alto de Pieter Labuschagne. Incluso en esos diez minutos con uno menos, arriesgaron un drop –patear a bote pronto en busca de los palos– que bloqueó Kremer. La consecuencia, con la defensa japonesa descolada, fue el primer sprint feliz de Carreras. Un ensayo al que los asiáticos respondieron con una internada de Kotaro Matsushima, su gran anotador, que se coló ente Boffelli y Mallía como si vistiera de albiceleste para asistir a Saito y reducir la desventaja a la mínima antes del descanso (14-15).
La prueba de los nervios albicelestes es que cuando Betranou rechazó emprender un último ataque, sus aficionados pitaron rumbo a vestuarios. Su delantera mejoró enteros en el segundo acto y generó pronto la superioridad para que Carreras, plantado en la banda como un francotirador mientras sus gordos empujaban en primera línea, activara sus propulsores y ensayara tras un quiebro de bailarín junto a la zona de marca. Japón respondió esta vez con calma, dos patadas entre palos –un golpe de castigo y un drop– para ponerse de nuevo a dos.
Una hora de juego y un papelón para los Pumas, nerviosos pero con una delantera más entera. De ahí llegó su cuarto ensayo, con Betranou sacando el balón de la melé a un suspiro de que se hundieran las primeras líneas. Mallía y Boffelli se redimieron de su pifia defensiva y aprovecharon la superioridad por el costado para que el segundo se zambullera y anotara también la conversión, previo toque con el palo, buen augurio. Otra vez nueve arriba.
Pero Japón no se rendía. De nuevo en la línea de cinco metros de los argentinos, con sus delanteros infringiendo y asumiendo el peaje físico. Los argentinos acumulaban efectivos en la trinchera y dejaban desnuda su retaguardia. Así que Naikabula ensayaba, Matsuda embocaba una patada endiablada y los Pumas sentían de nuevo el aliento nipón en la nuca. Pero el final de infarto no llegó: Carreras volvió a acelerar en cuanto su selección reanudó el juego.
Su ensayo bajo palos ya no tuvo réplica y la precaria situación con la que Argentina afrontaba el duelo quedó aparcada. Pitó el árbitro y los medios, Santiago Carreras y Betranou, se saludaron aliviados. Su seleccionador, Michael Cheika, confió en ellos pese a la derrota abultada ante Inglaterra o la insípida victoria ante Samoa, dejando a la vieja guardia, a sus ganadores del pasado, en el banquillo. Con una puesta en escena llena de dudas, con mucho que perder, han llegado a cuartos. Ahora empieza otro Mundial.
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