Los conductores vuelven a sufrir la onda expansiva de la geopolítica. Si en 2022 fue la invasión rusa de Ucrania la que generó los mayores quebraderos de cabeza hasta donde alcanza la memoria, ahora es la inédita confrontación directa entre Irán e Israel, que amenaza con inflamar una región clave para los flujos petroleros: Oriente Próximo. Con el crudo al alza, el precio de la gasolina alcanzó la semana pasada los 1,67 euros por litro de media en las principales estaciones de servicio españolas. Suma, así, tres meses consecutivos de aumentos, tocando máximos desde octubre del año pasado. El gasóleo, por su parte, encadenó su cuarta semana seguida encareciéndose, hasta los 1,56 euros por litro, según los últimos datos del boletín petrolero de la Unión Europea.
En lo que va de año, la gasolina 95 acumula un incremento de algo más del 9,2%, mientras que el diésel suma un 4,5%. En ambos casos, su precio es alrededor un 5% mayor al 24 de febrero de 2022, cuando Vladímir Putin dio la orden de bombardear su país vecino y terminó de desatar la mayor crisis energética de la historia del Viejo Continente. La situación actual es, no obstante, mucho menos acuciante que la vivida a mediados de 2022, cuando el precio de ambos carburantes se disparó por encima de los dos euros por litro y obligó al Gobierno a aplicar la polémica bonificación de 20 céntimos con dinero público.
Los datos publicados este jueves tienen como fecha de corte el lunes 15, apenas dos días después de que Irán atacase Israel en represalia por el bombardeo del consulado de la república islámica en Damasco (Siria) que se cobró la vida de siete mandos militares. Si bien la cotización del crudo esquivó los peores pronósticos, que apuntaban a un fuerte encarecimiento, el barril de brent ya llevaba varios días anotándose importantes subidas, que lo habían llevado hasta el entorno de los 90 dólares.
Aunque los directamente afectados son quienes tienen un coche de combustión, cualquier aumento en el precio de la gasolina y —sobre todo— del diésel es una mala noticia para el conjunto de los consumidores: antes o después, el aumento se traslada a toda la cesta de la compra, con el transporte por carretera como correa de transmisión. Mucho más sibilino es el impacto sobre los billetes de avión, donde las tarifas ya acumulan un fuerte encarecimiento en los últimos tiempos —desde la salida de la pandemia— y las aerolíneas cuentan con coberturas a largo plazo.
En el caso específico del transporte privado, estos precios de la gasolina y, en menor medida, del diésel son un argumento más para el cambio al coche eléctrico. Aunque estos vehículos siguen siendo más costosos en el momento de la compra, el coste por uso es muy inferior. Más aún en un momento como este, en el que se da un curioso cruce de trayectorias entre el precio de los carburantes y de la electricidad: mientras los primeros suben con fuerza, los segundos son históricamente bajos —sobre todo, en las horas centrales y del día, y los fines de semana— para quienes optan por el mercado regulado (PVPC) o cuentan con una tarifa indexada al mayorista. Todos ellos llevan semanas cargando su coche eléctrico a precios mínimos.
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