Precisamente Xavi | Fútbol | Deportes

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Comencemos por lo evidente: después de haber ganado una Liga, lo que a cualquier entrenador en la historia moderna del Barça se le ha exigido siempre es una mejora evidente en el juego del equipo. A todos menos a uno, pero solo porque al primer Barça de Guardiola ya se le caía el brillo de los bolsillos, tampoco era cuestión de andar sublimando la perfección cada cuarto de hora. A todos los demás, incluido Xavi Hernández, se les ha concedido el beneficio de la duda y han tenido la oportunidad de demostrar que jugando bien se acerca uno a más y más títulos sin necesidad de debates retóricos: en Barcelona hace tiempo que la expresión “jugar bien” significa lo que significa, allá otros clubes con sus planteamientos y justificaciones.

Es probable que Xavi Hernández, mariscal de campo en algunos de los equipos más brillantes de la historia, se esté haciendo trampas al solitario desde que aceptó el reto de reconducir a un equipo medio desnortado, con los mimbres justos y acuciado por unas circunstancias económicas que solo tendrán solución en tanto en cuanto sea ese mismo equipo quien haga girar la rueda. Urge activar el famoso círculo virtuoso y para eso conviene aceptar el papel asumido por cada uno. El de Xavi, uno de los más complicados, implicaba armar un equipo en el que la suma de las individualidades fuese inferior al rédito colectivo, es decir: que cada futbolista parezca mejor de lo que es gracias a un engranaje en el que un buen entrenador acaba pareciendo, siempre, un magnífico relojero.

Sin embargo, el todavía entrenador del Barça optó por otra vía. Una mucho más oscura y difícil de defender por quienes habían puesto todas sus esperanzas en él y se mostraron dispuestos a redoblarle, incluso a triplicarle, el margen de confianza que la afición de este club suele conceder a sus técnicos. No tendrá quejas Xavi Hernández de una grada que devoró decepciones a ritmo de tango y jamás sacó un pañuelo, ni silbó, ni le cantó canciones de esas que te hielan la sangre: ni Xavi vete ya, ni me dejaste de vecina a la suegra. Está en su derecho Xavi de pensar que nada hubiera servido. Incluso de sentir que su trabajo jamás fue ni será valorado porque así es el puesto de entrenador del Barça. Y lo está aunque esto último sea rotundamente falso, por más que lo haya hablado, dice, con otros ilustres inquilinos de ese mismo banquillo.

Acumular experiencias, opiniones, datos y todo tipo de consejos también es una manera de aislarse y construir una realidad paralela. En ella ha vivido Xavi Hernández todo este tiempo, puede que desde el mismo día que llegó y se abrazó con Laporta como si los años no hubiesen pasado para ninguno de los dos. Se ha encerrado el de Terrassa en su propio círculo de confianza y ha gastado demasiadas energías en tratar de controlar todo aquello que no estaba en su mano, incluidas las opiniones ajenas. ¿De verdad le molestaba tanto al técnico del Barça que el resto del mundo no fuera capaz de ver la realidad a través de sus ojos? Cuesta horrores oír a Xavi Hernández escudándose en los resultados para obviar la falta de juego. Precisamente a Xavi, que no es Van Bommel ni Popescu. Precisamente el genio a quien arrojabas un saco de cemento y te construía tres naves nuevas para la Sagrada Familia. Nada importa ya de lo que nos cuente a nosotros, pero, por favor, que no se lo crea él.

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