“Ni mis pollos quieren comer los restos de nuestras latas de alubias y guisantes. ¡Ni los pollos! Lo más triste es que la supervivencia de mucha gente en Gaza depende de esas conservas. Es nuestro alimento principal”, lamenta Samir Zaqut, subdirector de la ONG palestina Al Mezan, en una conversación telefónica con este diario desde el centro de la Franja, donde está refugiado con su esposa. En casi siete meses de guerra, más del 50% de las cabras, gallinas, ovejas y vacas de Gaza han muerto y un 42% de las tierras cultivadas, un 26% de los invernaderos y gran parte de los pozos han quedado inutilizables, según cifras de la ONU. Los mercados están prácticamente vacíos, cerrados o convertidos en ruinas, las pocas verduras que se ponen en venta tienen precios prohibitivos y la ayuda humanitaria sigue entrando a cuentagotas.
Las circunstancias hacen que la comida enlatada sea el menú diario de gran parte de los habitantes de la Franja. Eso cuando hay suerte, porque ha habido momentos desde que empezaron los bombardeos israelíes en octubre pasado que muchos palestinos han pasado días sin ingerir alimentos y han recurrido a hierbas salvajes o a pienso para animales para llenar el estómago.
La ONU lleva semanas advirtiendo de que todos los gazatíes pasan hambre, que la hambruna, el nivel más catastrófico de la inseguridad alimentaria, es inminente en el norte de Gaza y que las deficiencias nutricionales, después de meses comiendo poco y mal, son evidentes en toda la población. ¿Cómo comenzar a dar la vuelta a la tragedia sin un alto el fuego a la vista?
“Nuestra idea es alimentar a los animales para que las personas puedan volver a comer correctamente. Por eso apostamos por proteger al ganado superviviente introduciendo forraje en Gaza, concretamente cebada, para reanudar una mínima producción local de alimentos frescos y nutritivos como la leche y la carne”, explica a este diario desde El Cairo Abdulhakim Elwaer, subdirector General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y representante de la entidad para Oriente Próximo y el Norte de África.
Por primera vez desde que comenzó la guerra en octubre, las primeras 150 toneladas de forraje entraron en Gaza este mes y ya están beneficiando a más de 1.600 familias en la zona de Rafah, en el sur. La FAO, que ha contado con el apoyo financiero de Bélgica, Italia y Noruega para esta operación, espera poder introducir un total de 1.500 toneladas próximamente. Esta cantidad sería suficiente para alimentar al ganado y abastecer de leche durante unos 50 días a todos los niños menores de 10 años en Gaza, es decir, de suministrarles un 20% de las calorías mínimas diarias recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Apostamos por proteger al ganado superviviente introduciendo forraje en Gaza, concretamente cebada, para reanudar una mínima producción local de alimentos frescos y nutritivos como la leche y la carne
Abdulhakim Elwaer, FAO
Para la distribución, la FAO ha trabajado con ONG locales de confianza que conocen mejor el terreno y tienen más personal. “Lo importante ahora es que el proceso no se interrumpa, que las familias sigan recibiendo este forraje. Por ahora y por razones de seguridad no podremos ir más al norte”, explica Elwaer, que afirma que el objetivo final es llevar en los próximos meses a la Franja 5.000 toneladas de cebada.
Gaza era prácticamente autosuficiente en huevos, leche, carne, pescado, verduras y frutas hasta el pasado 7 de octubre. Ese día, milicianos de Hamás, grupo islamista palestino que gobierna de facto en la Franja desde 2007, se infiltraron en Israel, mataron a unas 1.200 personas y tomaron como rehenes a 250, según cifras oficiales. Israel lanzó una ofensiva militar que ha provocado más de 34.000 muertos en Gaza, la destrucción de gran parte de las viviendas e infraestructuras y el desplazamiento de 1,7 millones de gazatíes, sobre una población total de 2,2 millones, según el Ministerio de Sanidad palestino.
“La gente en Gaza está prácticamente suicidándose al correr hacia la comida que se arroja desde los aviones. Pueden recibir un disparo o heridas mortales debido al impacto de los bultos lanzados. Todos estamos viendo esas imágenes. Pero ellos necesitan llevar algo de comida a casa, algo que sea comestible. Da igual que sea alimento para animales o para seres humanos. Lo importante es que les llene el estómago. Es una desgracia”, explica, apesadumbrado, Elwaer.
Un camino de obstáculos
En este momento, en la Franja siguen vivos el 45% de los pequeños rumiantes, lo que corresponde a unas 30.000 cabezas, estima la FAO. “Pero no hay nada para alimentarlos y muchos burros y vacas han muerto de hambre”, matiza Zaqut.
“Nos han preguntado si dar de comer a los animales es más importante que dar de comer a la gente. No es eso. La FAO cree que enviar forraje es luchar contra el hambre y la desnutrición de las personas. Pensamos que la cebada sería más fácil de introducir en Gaza que fertilizantes o vacunas para los animales, debido a los controles de seguridad israelíes”, agrega Elwaer. Aun así, ha costado semanas lograr los permisos necesarios para que los camiones con forraje entraran en la Franja. Los cargamentos esperaron durante días bajo la lluvia a las puertas de Gaza, tuvieron que volver a El Cairo y fue necesario fumigar el cereal antes de volverlo a transportar.
Elwaer admite que existe un riesgo de que esa cebada, debido al hambre general, termine sirviendo de alimento para las personas. “La gente está desesperada y puede convertir el forraje en harina para hacer pan. Es totalmente posible y comprensible. Pero es una imagen que debería resultar inaceptable para el mundo, que se ha marcado unos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 que incluyen que todo el mundo tenga qué comer”, subraya.
La gente está desesperada y pueden convertir el forraje en harina para hacer pan. Es totalmente posible y comprensible.
Abdulhakim Elwaer, FAO
Cuesta sostener la mirada ante los múltiples rostros del hambre que llegan desde Gaza: Un grupo de palestinos y un burro comiendo del mismo balde, pan ennegrecido fabricado con pienso para animales, cabras y gallinas muertas al lado de casas bombardeadas, niños aletargados y sin fuerza debido a la falta de alimentos, jóvenes a los que se les cae el pelo y sufren importantes diarreas por comer poco y mal…
En marzo, la última Clasificación Integrada de las Fases (CIF, en español; IPC, en inglés), una herramienta mundialmente reconocida para el análisis de la seguridad alimentaria y la nutrición, concluyó que el 50% de los 2,2 millones de habitantes de Gaza se enfrenta a una falta extrema de acceso a los alimentos. La intensidad del hambre y el número de personas afectadas en un periodo corto de tiempo, sumadas a la imposibilidad de que entre la ayuda humanitaria necesaria, hacen que Gaza sea un caso único.
Además, el informe CIF recordó que los gazatíes no solo necesitan consumir una cierta cantidad de calorías por día, sino que hay que preocuparse por el tipo de alimentos que ingieren. “Nuestra prioridad es evitar la hambruna y para ello no basta con comer pan. Hay que comer verduras, proteínas y leche”, insiste Elwaer.
“Pero hay muy pocas hortalizas en el mercado y casi nadie puede pagarlas. Hoy, por ejemplo, un kilo de cebollas costaba 20 séqueles (unos cinco euros), aunque llegó a costar 70 (17 euros). Así que la gente come comida en lata día tras día. La mayoría viene de Egipto y es realmente muy mala. A esto ya no se le puede llamar vida, es otra cosa”, lamenta Zaqut.
Hierbas salvajes
En algunos casos, las familias también recurren a hierbas salvajes para poder engañar al hambre. “Estamos cocinando una planta llamada khobiza por primera vez en la vida. No es que sea mala, pero en nuestra familia siempre fue vista como un alimento delicioso para el ganado”, explica a este diario Talal Abu Ahmed, un profesor universitario de Gaza. Esta especie de espinaca crece con las lluvias en invierno y se cocina rehogada con aceite de oliva, sal y limón o hervida para hacer sopa.
“Es difícil de entender desde la mentalidad europea que alguien no tenga nada. Absolutamente nada que comer y nadie que le pueda ayudar porque todo el mundo está igual. En Gaza mucha gente era ya pobre antes del 7 de octubre. Esas personas son las que ahora están muriendo de hambre”, insiste Imán Um Nasser, una enfermera refugiada en Rafah junto a su esposo y cuatro hijos.
La gente come comida en lata día tras día. La mayoría viene de Egipto y es realmente muy mala. A esto ya no se le puede llamar vida, es otra cosa.
Samir Zaqut, Al Mezan
A principios de abril, Israel se comprometió, ante la presión de Estados Unidos, a abrir el paso de Erez, en el norte de la Franja, para que la ayuda humanitaria llegue a esa zona especialmente necesitada de comida, y a permitir el desembarco de suministros en el puerto de Ashdod, pero, según fuentes de la ONU, estas medidas no se han concretado.
“Nuestro plan es llegar a todo el mundo en Gaza, pero eso no es posible ahora mismo. Queremos enviar gente al terreno, reactivar la producción de pescado y hacer entrar semillas y vacunas para los animales con el fin de evitar enfermedades, sobre todo las que puedan transmitirse a los humanos, Todo eso solo podrá hacerse si hay un alto el fuego inmediato. Sin eso, ningún esfuerzo puede sostenerse”, insiste Elwaer.
Zaqut admite que en las últimas dos o tres semanas sí ha entrado más harina en Gaza e incluso algunas panaderías han vuelto a abrir con el apoyo de organismos internacionales como el Programa Mundial de Alimentos (PMA). “Pero no hay gas para cocinar y el que hay es muy caro. Así que la gente hace fuego y sigue comiendo conservas”, explica este trabajador humanitario.
Otros problemas acuciantes son el acceso al agua limpia y la gestión de la basura. En el momento de hacer esta entrevista, el pasado miércoles, Zaqut no recibe agua en su precaria casa desde hace 15 días. Tiene que comprarla o andar varios kilómetros para llenar un bidón. El responsable de Al Mezan también envía fotos de las enormes montañas de basura que se apilan en las calles. “Este desastre está durando demasiado y nadie es capaz de pararlo”.
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